Si nos atenemos a los dichos, el único que puede echarse a la bolsa el millón y medio de pesos que ofrece la Procuraduría General de la República como recompensa a cambio de información sobre el homicidio de Miroslava Breach es el gobierno del estado. Sí, porque es el que, aun en su calidad de ente público, ha dicho exclusivamente saber la identidad de los homicidas de la periodista chihuahuense acribillada hace ya casi tres meses.

Ya en serio, el asunto puede ser algo serio. Pensemos mal: quién puede dudar que alguien necesitado de esa cantidad filtre información, la que supuestamente se tiene como exclusiva, y la utilice para ganarse la recompensa. Sería de película. Lo que no es probabilidad alguna sino certeza de la buena, es que la PGR vuelve a recurrir a este sistema que a muchos nos recuerda precisamente esas películas del Viejo Oeste norteamericano en las que se ofrecen retribuciones por la captura de determinados maleantes.

Y ya más en serio es señalar que la PGR –hoy en manos del amigo de César Duarte, Raúl Cervantes– en lugar de investigar, con las mismas carencias de los sheriffs que popularizaron los spaghetti westerns en los setenta, a falta de voluntad se dedica a publicar recompensas, con todas las consecuencias, vicios, y exageraciones que ello conlleva. Para un comerciante de barrio sería algo así como cruzarse de brazos en el mostrador a ver quién llega, en lugar de salir a buscar sus propios clientes.

Como se sabe hoy, no sólo el caso de la periodista chihuahuense fue boletinado bajo esa circunstancia, sino el de cuatro más, entre ellos el escritor y reportero Javier Valdéz, otro corresponsal ligado a La Jornada, pero en Sinaloa, literalmente estado hermano de sangre de Chihuahua.

La tragedia en la que las instituciones persisten en someter al país, hacen que tengamos que padecer este tipo de noticias de manera regular en los medios de comunicación. Mientras tanto, la justicia, a secas, sigue esperando mejores oportunidades, en tanto los dolientes, es decir todos los mexicanos, tenemos que conformarnos con este tipo de migajas informativas, que no son otra cosa que paliativos detrás del humo que no deja ver claro las intenciones de las autoridades.