Una de las múltiples formas de contaminar una instancia cultural desde el poder político es que este imponga en aquella una agenda meramente política, de grilla, de pugnacidad por la supremacía en el piramidal organigrama de la jurisdicción.

Cualquiera de las dos versiones que giran en torno a la renuncia al servicio público de la escultora Águeda Lozano contiene males de fondo: si se va porque ya sabía que el gobernador estaba enterado desde el inicio de la preponderancia de sus actividades artísticas, habla de la ausencia de un genuino compromiso social tanto del mandatario como de la artista.

Lozano prácticamente vive en París y ha dedicado parte de su tiempo a la gestión de sus futuras exposiciones; ella supone que con haber enterado “desde un principio” a Javier Corral de lo que parece un acuerdo bilateral es más que suficiente, que la ciudadanía debe estar al margen de estas decisiones, o al menos estar enterada, “desde un principio”, de esta falta de principios.

Ahora que si Lozano se va porque ya no aguanta las imposiciones desde palacio en su equipo de trabajo, la decisión puede parecer correcta y al mismo tiempo polémica, pero no exenta, lamentablemente, de aspectos que nada tienen que ver con las aspiraciones por transformar a esa instancia en un instrumento de la sociedad para el desarrollo de las artes y sus múltiples facetas culturales.

Nada le impide a la artista estar en desacuerdo con su jefe y renunciar por objetar prácticas antidemocráticas en el núcleo de decisiones de la hoy Secretaría de Cultura. Lo hace de una manera más o menos tersa, sin escándalo, tratando de rozar lo menos posible a quien se fijó en ella creyendo que con su currículum sería suficiente para fijar nuevos derroteros en la materia, que tanta falta hacen al estado de Chihuahua y que hasta ahora, a medio año, en esa oficina no se ha emprendido algo significativo.

Pero, ¿recuerda usted que el nombre de Ericka Mendoza fue mencionado al inicio de la administración como aspirante al cargo que finalmente se le encomendó a Lozano? Bueno, pues hace cosa de un mes Ericka Mendoza, cercana al grupo de la hoy integrante del Consejo de la Judicatura del Poder Judicial, Lucha Castro, fue finalmente incorporada a la Secretaría de Cultura pero como directora ejecutiva de la referida dependencia. Es posible que el puente entre ese puesto y el que abandona Lozano se acorte con la salida de esta. Y he ahí, trascendió, el detalle de fondo.

En cualquiera de los dos supuestos, la que queda mal parada es la administración estatal, por asomar un brazo fuerte que de manera indubitable afectó, cómo no, la sensibilidad de una artista como Lozano, que parece no estar dispuesta a padecer los embates de la política-política, lo cual supondría algo de inocencia de su parte, no tanto como para que su inteligencia le indique que lo suyo, lo suyo, no es la burocracia cultural, sino el arte en vivo.

Eso de quitar y poner puede convertírsele al corralismo en una tendencia, legítima, pero caprichosa, replicante del duartismo y temeraria al mismo tiempo. En cuestión de quitar y poner, el 2016 puede repetirse en el 2018. Y ahí nada está escrito.