De pronto, en el impasse que cobró el llamado “maxiproceso” contra el duartismo, a pesar de las maratónicas audiencias contra los ya detenidos cómplices del exgobernador ballezano, el nombre del principal testigo protegido, Jaime Herrera Corral, parece diluirse en el mar azul de la protección oficial.

El exsecretario de Hacienda goza de cabal salud, dicen, y ha dejado atrás el nerviosismo que lo mantuvo al borde de la angustia entre junio y octubre del año pasado, justo el periodo que le debió significar una gran incertidumbre: una versión dulzona del copelas o cuello. Bueno, pues Herrera Corral prefirió cooperar a tal grado que hoy su sonrisa es posible detectarla a distancia, en la calle, en el banco, en el café, todo gracias a su generosa garganta profunda.

Quienes desde Unión Ciudadana mantenemos la idea de que no hay argumento que valga contra la protección oficial hacia el secretario de Hacienda de Duarte, creemos que ambos tienen el mismo nivel de culpabilidad: uno operativo, el otro como orquestador del dinero público que pasó a sus manos y a muchas otras de índole privada.

Desde aquí lanzamos el recordatorio para que Jaime Herrera pague las que debe, que la administración corralista no se conforme –y no nos conforme a los ciudadanos– con utilizar el dedo flamígero de un exfuncionario que se ya se siente más allá del bien y del mal detrás del código T-701. Jaime Herrera es una mala compañía, incluida la política, porque no será el PAN el que salga en las próximas elecciones a denunciar la corrupción, con todo y el eventual golpanazo pendiente, administrado, contra César Duarte.