Nadie festejó hoy tanto como Lucha Castro su ascenso formal al poder. Nadie la justificó tanto como Javier Corral. Nadie la aceptó tanto como el Poder Judicial. Nadie se inconformó tan en solitario como el grupo de abogados y abogadas que, mantas en mano, rechazaron la incursión de Castro en el Consejo de la Judicatura del Estado integrado esta mañana, luego de una serie de reformas anunciadas y de un “albazo” previo en el Congreso local respecto de la Ley Orgánica del Poder Judicial.

No sólo Castro, propuesta del Ejecutivo, sino la porra que llevó hasta el auditorio de la Ciudad Judicial, rompieron las formas republicanas que aquella, precisamente, juraba cumplir y hacer cumplir. No se contuvo. Desbordaba felicidad antes, durante, y no se diga después de la ceremonia protocolaria de la instalación de un Consejo que durará, en su primera etapa, hasta el 2022. La alegría no es insana, pero la ficción de la llaneza en este caso revela otra cosa.

Se vivió un mundo al revés: quienes presencialmente rechazaron su nombramiento y así protestaron, padecieron los embates y los insultos. Los críticos –ahora resulta– ya no tienen cabida. Se les grita, se les corre del recinto apropiado por otros y se les intimida. El elogio ahora les pertenece. Las cámaras, los reflectores, la buena prensa –la que queda– ahora es de su usufructo. Los vítores fueron para Castro y eso opacó al resto, incluido al gobernador, que sólo fue aplaudido cuando habló… de Lucha Castro.

Su coro gritó varias veces, al final, el “sí-se-pudo, sí-se-pudo” que lo mismo vitorean fanáticos del fútbol que priístas cuando ganan carro completo. ¿Qué es lo que se pudo? La fanfarria ensordeció el sentido republicano del evento.

¿Tiempos oscuros otra vez? El maniqueísmo desatado: los “buenos” acá; los “malos” allá. Sólo el tiempo dirá. Aunque la víspera ya ha hablado demasiado.