Es encomiable el llamado de múltiples empresas periodísticas publicado hoy en diversos formatos, entre ellos el de desplegado, tal y como lo hizo un rotativo local de cuyo nombre no quiero acordarme, en contra de la “ofensiva asesina” padecida ascendentemente por reporteros y reporteras a lo largo y ancho del país.

Medios impresos y electrónicos (radio, televisión e internet) “salieron a la calle” a denunciar la criminalidad que afecta a quienes ejercen la tarea de informar, especialmente de parte de grupos vinculados a la “narcodelincuencia”.

Se lanza un “Basta ya” y se anuncia que, “unidos como una sola voz”, convocarán en breve a foros en los que “se acordarán las medidas para enfrentar las amenazas y ataques a la labor periodística”. El reproche a las instituciones es puntual: “Que el derecho a la información sea garantizado por el Estado es otro principio sobre la libertad de expresión en nuestro país, que hoy más que nunca exigimos, por la seguridad de los periodistas mexicanos, de todo aquel que ejerce el periodismo en México y por el bien de la sociedad”. Muy bien.

Empero, da vergüenza ajena que uno de los representativos en Chihuahua, el periódico de cuyo nombre no me quiero acordar, agregue como parte de esta exigencia a su hermano menor, El Peso, fuente del antiperiodismo local, de un verdadero pasquín del horror, de un promotor de lo que hoy se dice que reprueba: la nota amarilla que se torna roja, las páginas que escurren sangren y muestran, con toda su crueldad, a los mutilados, a los cuerpos inertes por la violencia, a las mujeres como objeto y producto de comercio, con un lenguaje sexista y machista, y con el anticlimático tono de asumir que todos los chihuahuenses somos y pensamos como sus redactores. El Peso es el espacio donde se vitupera a los diferentes, se sataniza la disidencia, se vulgarizan los ideales y se retrata soezmente a la sociedad chihuahuense. Literalmente nadie sale vivo en ese libelo.

Pero El Peso es parte de un corporativo a manos de la familia de Osvaldo Rodríguez Borunda, un vendedor de licores juarense al que un buen día se le ocurrió poner un periódico y… le funcionó, gracias al sudor, las penurias, el trabajo y la vida de verdaderos periodistas (unos ausentes, otros jubilados, otros en activo). Mera hipocresía: por un lado los periódicos de esa marca propugnan mejores condiciones para los trabajadores de los medios en general, pero, por otro, a través de El Peso se embiste contra una sociedad digna de mejores informativos; exigen en sus páginas justicia para Miroslava Breach, pero se desentienden de la familia de Armando El Choco Rodríguez a la que se le regatearon indemnizaciones oportunamente.

Exigencia, sí. Pero a veces éstas se toman de quien vienen. Y El Peso no es el mejor ejemplo para esta causa porque, en muchos modos, ese pasquín reprueba a la hora de hacer tales demandas. Congruencia, sólo congruencia.