“… la luz del alba se oscureció… ”.

Verso de la canción Dónde estás corazón, interpretada por Nicho Hinojosa

 

Javier Corral Jurado empezó a mover su papel de actor panista en la perspectiva de la elección del año 2018. De manera inequívoca, ubica a Andrés Manuel López Obrador como el adversario a vencer, al alimón desliza su concepción del agotamiento del régimen, la profunda caída del PRI y, observador de su propia experiencia de 2016, recomienda su librito para que el partido fundado por Manuel Gómez Morín aproveche las condiciones que la coyuntura abrirá, pues a su juicio en el país no hay otra oportunidad que el PAN. No es de objetarse que asuma ese rol, pero extraña que la tarea no la asuma una vocería de su partido, explicable por la carencia de liderazgos con fortaleza cívica. El tema da una importante miga para esbozar un manojo de opiniones.

Su deslinde con López Obrador no es novedad alguna, sí en cambio que desestime la importancia que aún tiene el poder que representa el PRI y que de ninguna manera se puede minimizar aun asumiendo, comparto la opinión que, como partido, estará en la coyuntura en el peor momento de toda su historia. Pero esto no lo descarta como factor clave en el desenlace que tendrá la elección del año entrante permeada, a mi juicio, por una circunstancia verdaderamente preocupante si la ponemos en perspectiva histórica: hoy la inmensa mayoría de los ciudadanos, que de bulto hicieron conciencia de la putrefacción del régimen están influidos por la necesidad de destruir lo que hay aunque no se tenga una idea acabada como alternativa de futuro, lo cual puede resultar muy oneroso para la vida nacional.

El primer aspecto que está ausente en la opinión corralista es una comprensión cabal de lo que es un régimen político. Por tal podemos tener, así sea esquemáticamente (un simple artículo no me da para más), ese haz de instituciones que norman la lucha por el poder. Pero no solo. También el ejercicio de ese poder; y adherido a él, los valores que pueden animar la vida de la institucionalidad del Estado mexicano. No es, por tanto, correcto detenerse en lo coyuntural-electoral, y mucho menos bajo la divisa de una política de adversarios en la que se trasmina a todas luces el deseo de destruir a uno, en este caso a López Obrador, su movimiento (no hablo en estricto rigor de partido político) y desentenderse de algo que tiene un enorme significado para entender el régimen y que es el hecho específico de que el PAN forma parte de él y ha sido, desde los tiempos de su dirección en manos de Luis H. Álvarez y Diego Fernández de Cevallos, su hermano siamés. En cuanto a proyecto económico de nación, en lo que valga este concepto a estas alturas, no hay duda de que son exactamente lo mismo bajo el rubro neoliberal.

El PAN ya ocupó doce años la Presidencia de la república. No fue capaz de consolidar un régimen democrático para el país y su experiencia regional en gubernaturas estatales es una historia de claroscuros que habla de la poca voluntad de transitar a un estadio superior de consolidación democrática. Es frecuente que cuando se cuestiona a los panistas por esto nos reciten párrafos completos de su padre fundador, para agotarse en la simple retórica. En realidad el PAN debe verse en el espejo y rendir cuentas a los mexicanos de su fracaso histórico, igual obligación ética tiene el PRD, por cierto. Fox tuvo la oportunidad de heredarnos un federalismo avanzado y sólo nos legó, violando la Constitución, una CONAGO que hoy muere a pausas y que fortaleció el esquema de los gobernadores virreyes del tipo de César Duarte Jáquez. Calderón nos heredó una guerra que no termina y que el propio PAN se empeña en legalizar a través de una Ley de Seguridad Interior que daría una patente de corzo a las fuerzas armadas del país para hacer y deshacer y, el viejo partido albiazul también se ha convertido en receptáculo de políticos impresentables del tipo de Miguel Ángel Yunes en Veracruz. Quiero decir que en nuestra larga y acompasada transición todos los partidos se han beneficiado de la sangría priista, quien más quien menos de manera grotesca pero eso anuncia que a los autoritarios se les puede echar por la puerta para admitirlos por la ventana. En ese sentido ha habido un exceso de pragmatismo que no admite más nombres que traición y oportunismo.

Lo dicho hasta aquí es muy conocido; lo que puede resultar novedad es la idea de extender la experiencia chihuahuense de 2016 a todo el país y, aquí es donde vienen las precisiones de mayor relevancia que por la fuerza natural de las cosas estoy obligado a diseccionar de manera meticulosa, lo que emprenderé en sucesivas entregas.

En la experiencia chihuahuense el combate a la decadencia priista, su tiranía y la corrupción vino de fuera de los partidos, en algunos casos por obvias razones y en otros, es el caso del PAN chihuahuense, por su complicidad con ese esquema de régimen que se cataloga como agotado. Correspondió a los ciudadanos libres iniciar y sostener lo más pesado y difícil de la lucha e incluso los panistas que participaron en Unión Ciudadana lo hicieron a título personal y en abierto antagonismo con las estructuras directivas del partido. Unión Ciudadana cumplió su papel de no caer en la anti política, pero también de no ser ni ariete ni apéndice de ningún partido, porque ese fue su compromiso público número uno, reconociendo que las individualidades podían actuar como mejor les conviniese y el ejemplo más aleccionador al respecto es el trasiego del fundador de Morena en el estado Víctor Quintana Silveyra que quedó fuera de ese aparato para formar parte de un gobierno que se viste de azul.

El esbozado “método” Chihuahua no puede ser una receta generalizable. En primer lugar porque su candidato Corral Jurado primero ofreció un frente amplio para consolidar la democracia que días después se abandonó en favor de una candidatura estrictamente panista, de un panismo que venía con los lastres del compromiso con el duartismo. Corral, sin duda el mejor candidato en su momento, fue nominado en la Ciudad de México por una especie de cenáculo partidario que descartó a otros pretendientes que a la hora del triunfo se fueron sobre los despojos de la administración pública y fueron premiados con altos cargos, al igual que hizo la cultura política priista durante el duartismo allá por 2010.

A la prestigiada Unión Ciudadana se le encabalgó una Alianza Ciudadana, que desde luego no era lo mismo pero, con pragmatismo político, servía al propósito electoral. Del inicial frente ya nadie se ocupó y de él solo quedó el recuerdo de que ahí estuvo el debut y despedida del magnate Gustavo Madero. Empero, dos ingredientes cobraron singular importancia para el éxito de la ciudadana elección: el discurso anticorrupción en contra del vulgar ladrón César Duarte, -abonado honesta y generosamente por Unión Ciudadana- y, sin duda, un discurso populachero anti establishment que sin duda hoy sigue cosechando votos. El milagro se hizo, pero resultó a la hora de perfilarlo con la objetividad que los hechos permiten, un triunfo estrictamente de la casa de Javier Corral y se llama PAN. Recuerdo que un miembro de Unión Ciudadana le dijo, eufórico, a un alto funcionario de hoy en el gobierno estatal: “¡Triunfaron los ciudadanos!, ¡triunfaron los ciudadanos!” Y obtuvo como seca y enfática respuesta: “¡Ganó el PAN!… Que no te quede duda”.

Y sí, ganó el PAN. Con este partido se estructuró la administración, pronto se desvincularon de la ciudadanía, llegaron los muy conservadores a cargos inexplicables, se le abrió espacio a gente del PRI –Alejandra de la Vega– y hasta se convirtió en asesor gubernamental al antiobradorista José Luis Barraza, ariete de la oligarquía que hasta ahora desconfía de Corral. Obvio que en este cuerpo está una hoja de parra por aquí y otra más allá cubriendo su desnudez y el estilo de gobierno es el muy propio de la clase política tradicional: Corral del brazo del charro y gángster Jorge Doroteo Zapata. Por estas y otras razones no creo que este método sirva para otra cosa que no sea para preservar al PAN, que también insisto pertenece al caduco régimen político mexicano.

Para cosas más graves mi admirada Hannah Arendt nos dice que existe una gran tentación a la hora de desembarazarse de lo intrínsecamente increíble por medio de racionalizaciones liberales. Es cierto, al igual que cito libre a la filósofa: En nosotros puede acechar un liberal que nos halaga con la voz del sentido común. Este sentido común aquí no opera, no vale, por su desapego a la verdad, pero sobretodo porque está animada de una reconstrucción de la política de adversario contra Andrés Manuel López Obrador, que por cierto no es santo al que le queme incienso.