Contra la lógica tradicional de que el crimen no paga, yo he sostenido lo contrario. Así lo propongo en el libro El crimen sí paga, publicado hace cosa de cinco años, en el que se ofrece una argumentación al respecto y se incluye en un disco compacto información escrita y audiovisual sobre el juicio político que promovimos contra Patricio Martínez quien, como protagonista de aquella premisa, no sólo no fue enjuiciado con apoyo de la mayoría priísta en el Congreso de hace una década, sino con la colaboración de un diputado ballezano, un tal César Duarte.

En ese enjuague han entrado recientemente los medios de información con las llamadas “narcomantas”. No me gusta el término pero ese elemento del submundo de la cultura criminal, o si se quiere, todo un género del periodismo posmoderno, ocupa la atención tanto de los medios como de la clase política de manera casi cotidiana. Es increíble reconocer el impacto y la influencia que tienen ese mensajes anónimos cuyo contenido, paradójicamente, poco o nada se sabe por parte de los medios, en parte por seguridad, en parte por la autocensura impuesta hace algunos lustros. Simplemente se lucra con su colocación y su aparatoso retiro por parte de las autoridades policiacas, lo que al mismo tiempo genera un ambiente de temor entre la población.

Los medios de información muchas veces se rehúsan a publicar a ciudadanos que tienen algo que aportar; en cambio cubren sus páginas de una publicidad incluso prejuzgada con el término “narco” y luego “manta”. Pero, ¿qué es una “narcomanta”? ¿realmente son mensajes del narco? A pesar de contar con cámaras por buena parte de la ciudad, nada sabemos los ciudadanos de quién o quiénes colocan y por qué esos mensajes. La intención, cualquiera que sea, tiene sus efectos: propagar el miedo entre la ciudadanía. Tal vez, y sólo tal vez, ese fenómeno sea parte de lo que en los corrillos políticos ha sustituido a la distractora cortina de humo con una frase igualmente efectiva: la de la caja china. Quién lo sabe.