Finalmente se designó al contador público Armando Valenzuela Beltrán como auditor superior del estado en calidad de encargado provisional en tanto se designa al definitivo. Desde luego esa posición le ubica ya como posible para quedarse como titular para un periodo legal completo. No conozco personalmente a Valenzuela Beltrán, pero sé que goza de buena fama como profesional y además se le reconoce como un hombre probo. Esto lo he escuchado a lo largo de los últimos años. No es nada que se tenga como referencia circunstancial.

También tiene afecto por el partido político que está en el poder y relaciones con algunos de sus prohombres, lo que afecta para hacer la diferencia más estricta entre el auditado y el auditor, esta última su tarea. Desde este ángulo quizá no es la mejor de las opciones, cuenta habida de que en toda la historia el auditor ha sido una persona con afinidades con quienes ejercen el poder. Pero, insisto, el señor goza de prestigio.

Empero, creo que empieza con un síndrome que puede, andando el tiempo, afectar su desempeño. Él dijo a la prensa: “Soy derecho y un poquito duro”. Con lo primero le pone distancia al antónimo llamado chuecura, transa, cochupo, moche y cuanto terminajo hable de lo que técnicamente sea corrupción política. En realidad estaría haciendo un compromiso público con esta parte de sus palabras; pero donde hay un desliz inequívoco es cuando se autopresenta como “poquito duro”, y por eso pienso que tiene el síndrome de Layín, o sea, el que padece el alcalde nayarita que “roba poquito”.

Para hablar claramente, aquí no se trata ni de durezas ni de reblandecimientos. Se trata de realizar un trabajo técnico y escrupuloso que además tiene que ver con los números que, a saber, cuando se emplean bien, no dejan lugar a duda o conjetura.

El escritor y filósofo español Julián Marías, en su obra Los españoles, narró el papel de este tipo de órganos, del tipo del Santo Oficio o Inquisición, que llegan a ser tan poderosos y temibles que esas solas circunstancias inhiben estos desvíos. Cambiando lo que hay qué cambiar, se necesita una Auditoría Superior del Estado que su sola existencia, y no se diga su accionar, inhiba el desempeño corrupto que caracteriza a los políticos empoderados en los cargos públicos. Entonces, no se trata de tener un poquito de dureza. Aquí, como en el dilema de Hamlet, es ser o no ser, y lo que se quiere es que sea y punto.

Porque tener un Layín de auditor no beneficia a Chihuahua.