No hay mucho que abundar sobre las más recientes declaraciones del síndico de Chihuahua, Miguel Riggs, cliente ya asiduo de esta columna, porque sus solas palabras mueven a pena ajena, o a risa nerviosa si se quiere.

El caso es que Miguelón anda viendo como ser anfitrión de los síndicos del país que tendrán una especie de convención en la capital chihuahuense el próximo 24 de febrero con el propósito, dijo él, “de tener mayores atribuciones y no se les falte al respeto”.

Este chamaco no aprende: si no ha sido capaz de mantenerse al margen de los negocios privados con el poder público vía su influencia panista en el gobierno, imagíneselo con “más atribuciones” como las que pretende. Y así, no hay quién lo tome en serio. Algún hilillo de sangre le ha de correr por la comisura de sus labios cuando afirma que quiere tener voto en el Cabildo y exige respeto como síndico.

La vanidad por delante, habla siempre desde el yoyismo para referir que él, y sólo él, es el organizador, y que además, con orgullo, se le han unido –no podría ser de otra forma– varios síndicos a nivel nacional pero de signo priísta.

A Riggs sí que le supo saber que tiene cuates en el gobierno que le pasen por alto sus corruptelas.