La política internacional ya no es lo que era; ni en México ni en ninguna parte. En la visión tradicional de los estados modernos la conducción de esa política estaba absolutamente reservada al gobierno del Estado, a su centro, a partir de tener como premisa básica la idea de expresar hacia el exterior una sola voluntad y una sola interlocución. Si vemos los preceptos de nuestra centenaria Constitución, no queda lugar a dudas de que está instalada en su texto esa visión, de tal manera que la conducción de esta delicada tarea corresponde al presidente de la república y a la intervención que el Senado tiene también delimitada.

En varios momentos de nuestra historia este fundamento sirvió para moverse en medio de los imperios, las pretensiones de vulnerar la soberanía nacional y hay ejemplos de que se salió bien librado de momentos críticos, como sería, por poner un par de ejemplos, la lucha contra la Intervención francesa en la época de Juárez y la Expropiación petrolera y la solidaridad en favor de la república española en los tiempos que presidió al país el general Lázaro Cárdenas. De allá a este momento ha pasado mucha agua por abajo de los puentes; la globalización, los medios de comunicación ahora son en tiempo real y hay un protagonismo mayor mediante el cual ningún actor significativo quiere quedar al margen de las conexiones internacionales, en una multiplicidad de asuntos que sería muy prolijo narrar.

Gobernadores fronterizos y el presidente de la Conago.
Gobernadores fronterizos y el presidente de la Conago.

En el caso mexicano, el estatuto constitucional es muy claro: tenemos un servicio exterior y una cancillería que se mueve con mayor actividad a la que caracterizó la época dorada del autoritarismo mexicano. México, más allá de las Organización de las Naciones Unidas, participa en una gama muy amplia de foros globales; tiene celebrados tratados comerciales e interviene económicamente en políticas regionales que han hecho de la política internacional una tarea compleja y sin duda necesaria.

Pero ya no solo es la Presidencia de la república y el secretario del ramo los que participan. A ellos se han sumado –o restado, según se quiera ver– los actores ubicados en la gran empresa que no se fían del gobierno en sus grandes transacciones y proyectos; el mundo de la academia es en buena medida un mundo de intercambio mundial y las agendas derechohumanistas y ambientalistas están abiertas a un conjunto muy abigarrado de organizaciones de la sociedad civil, que tampoco se confían a la interlocución del Ejecutivo federal y prefieren correr su propia experiencia. También están los ciudadanos, pero a ellos me voy a referir al final de esta artículo.

Preocupa, y bastante, la que algunos analistas ya denominan “diplomacia de los estados”; es decir, la que emprenden por cuenta propia las entidades mexicanas que forman parte del pacto federal. Hoy, los gobernadores fronterizos cuentan con una Conferencia de Gobernadores que en sus mejores momentos ha congregado a los de California, Arizona, Nuevo México y Texas con sus homólogos de Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. También la propia Conferencia Nacional de Gobernadores tiene una comisión de política internacional, lo que nos lleva a la conclusión de que se va más allá del ámbito de la ley, tanto al coaligarse –lo que tienen vedado–, como tener su propia subcancillería, por decirlo de una manera coloquial. Digo que preocupa porque por esa puerta puede entrar un viento que disuelva la república, ya que no faltará quién aliente la posibilidad de un separatismo.

En realidad, esto ha venido sucediendo por el adelgazamiento del poder presidencial, deseable si se complementara con la construcción de una institucionalidad que le diera fortaleza a la nación y al Estado mexicano para salir a la arena internacional con una sola voz, una sola voluntad, única dirección para defender el lugar de México en el mundo, especialmente frente al vecino país de los Estados Unidos. La situación actual es de franca alarma, ya que el gobierno de Peña Nieto se ha adelgazado de tal manera que no se puede estimar que tenga fuerza ni el interior del país ni fuera del mismo, más en un momento tan delicado como el que vivimos en el planeta al inicio del gobierno de Donald Trump, que se manifiesta prepotente y al que palabras como “nación”, “soberanía”, le importan un comino. Él llega con un discurso de gran beligerancia que hará de las soberanías antes agujeradas y permeables al exterior, un simple escollo menor al injerencismo. En otras palabras, a México lo ha debilitado en grado extremo el gobierno de Enrique Peña Nieto.

En la coyuntura, esto se expresa en un proununciamiento de cuatro gobernadores frente al hoy millonario presidente de los Estados Unidos. Los ejecutivos de Baja California, Chihuahua, Nuevo León y Tamaulipas, lanzaron un plan en las goteras de la asunción del poder del Partido Republicano y su desafiante presidente. No digo que el manojo de propuestas sean inviables y que no estén alentadas por finalidades profundamente bondadosas. Lo que quiero señalar es que el mensaje que está en la miga de ese pronunciamiento es algo que no se dijo expresamente pero que está muy claro: frente al vacío de la conducción central que constitucionalmente le correspondería al presidente, emergen gobernadores –todos fuera del PRI– para hacerse cargo, aunque sólo sea retóricamente, de los grandes problemas que es posible se estén encarando en los meses que vienen. Es como decir que Peña Nieto no tan sólo está ayuno de alternativas al interior del país –lo que ya se sabe–, sino también que carece de iniciativa frente a la emergencia internacional abierta el pasado 20 de enero a la hora de la inauguración de la administración que sucede a Barack Obama.

Se deja sentir que la república se desgrana. No está de más señalar que en la calle ya se habla de la posibilidad de constituir la “república independiente de Chihuahua”, y a eso da pábulo la carencia de conducción nacional y, de alguna manera, la posición de los gobernadores que se lanzan de frente sin plantear primero al interior del país el gran problema en el que estamos inmersos. No seamos omisos al examinar este punto: el imperio en este momento observa estas debilidades y sabe que en un río revuelto él es el que puede resultar ganancioso. Quiero decir que imagino que el propio secretario de estado de los Estados Unidos, le puede hacer ver, vía diplomática, a México, que va a entablar una vinculación con agentes informales, así sea que estén instalados en gobiernos regionales para tratar asuntos de alto interés nacional, a los que lamentablemente un aprendiz de diplomacia no les tiene una respuesta como debiera ser conforme a la ley, la pericia y algo que les es muy ajeno: el patriotismo.

Cuando los vientos son imperiales, quienes peligran son las soberanías. También es el momento de nacionalismos de diverso color. En este sentido, y siguiendo los cánones de la política anti stablishment, electoralmente se beneficiarán en 2018 quienes postulen principios que se ubiquen en las antípodas de la retórica trumpiana. Estamos, sin ser alarmistas, en delicada encrucijada.

Por último, ¿dónde quedan los ciudadanos? Los especialistas en esta materia ya acuñaron el concepto de “diplomacia ciudadana”, y esto es muy importante porque, trascendiendo fronteras y en el trato directo, no son pocos los mexicanos que apelarían, para emprender una nueva ruta, a los ciudadanos progresistas y democráticos que en Norteamérica están dispuestos a dar una batalla bajo divisas de justicia, inclusión y racionalidad.