Después de una larga y significativa vida, Fidel Castro murió y de ahí empieza la consolidación de un mito que no batallará por instalarse en el imaginario colectivo. Me parece nula la polémica que luego se sugiere sobre su notoriedad histórica. ¿Quién puede ponerla en duda? Sabemos que Roma, al destruir Cartago, quiso borrar la presencia de Aníbal y ya vemos la imposibilidad de ese despropósito.

Es un tema que la ciencia de la historia, pero sobre todo la filosofía de la historia, pueden dar por concluido. Ideología, apologías, interpretaciones falaces, convivirán al lado del escrutinio propio a que será sometido el líder cubano. Habrá quienes se decanten por un historicismo a ultranza y otros que, siguiendo la teoría de los héroes, lo consideren –como en su tiempo se le llamó– una fuerza política “telúrica”. Ahora sí, que cada quien se adscriba a lo que mejor le convenga o le fascine.

Siguiendo una vieja idea que Michelet utilizó para hablar de Inglaterra, lo que sucedió a lo largo de varias décadas en Cuba tiene que ver con su condición de isla. Eso explica textos sugerentes a tener en cuenta para entender las raíces de la cubanía, tales como Cecilia Valdés o la Loma del Ángel, de Cirilo Villaverde y los cuentos de Lino Novás Calvo, en especial el de Pedro Blanco, el negrero. Cuba se desprende del viejo y decadente colonialismo español muchos años después de que gran parte de América se había separado de la dominación europea, pero precisamente cuando ya un imperio, el norteamericano, tocaba a la puerta con guerreras voces, como la de los presidentes William McKinley y Theodore Roosevelt, seguidores del pensamiento intervencionista, a través de una poderosa armada que hizo famosas las cañoneras de Alfred Mahan, inspiradoras de una gran flota que ha llegado a todo el planeta a imponer la voluntad yanqui.

Así, Cuba fue independiente y reconoció en José Martí como su visionario líder, pero fue incapaz de obtener un estatus más allá del simple protectorado. Se reprodujeron, como en muchos estados latinoamericanos, las instituciones políticas de los Estados Unidos, con todo y un lujoso capitolio, pero fueron vestimentas para gobiernos gangsteriles y dictatoriales, como los de Gerardo Machado, Carlos Prío Socarrás o Fulgencio Batista, este último que cayó al impulso de una insurrección guerrillera encabezada por Fidel Castro Ruz y el Movimiento 26 de Julio. Castro después absorbió el movimiento general pero fungieron por años, coordinados cierto, como organizaciones diferenciadas entre sí, unos en la sierra, otros en lo urbano. Cuando triunfa la Revolución en enero de 1959, iluminó grandes esperanzas para acabar con las tiranías y las dictaduras, las oligarquías sustentadas en el poder tradicional de terratenientes en los que se afincaban las grandes compañías norteamericanas en búsqueda del abastecimiento de materias primas, azúcar y frutales. La Revolución cubana alcanzó con éxito algunos de sus propósitos en materia de educación, salud primaria, artes y deporte.

Un proceso similar pero distinto empezaría a correr en paralelo con la revolución armada de 1910 en México. Quién puede dudar que los barbudos en La Habana hicieron resurgir el optimismo que siglos atrás había despertado la Revolución francesa en Europa, que a final de cuentas logró derrotar casas reinantes, y no se diga el feudalismo. Sin embargo, el escenario que emergía de la Revolución cubana era el de un mundo bipolar, dominado por la Guerra Fría, de equilibrios catastróficos, de amenaza de conflagración nuclear y de gran intolerancia en Washington por lo que alteraba la escena mundial. Muy pronto Washington se decantó por el intervencionismo y entonces vino un momento brillante, cuando Fidel Castro rechazó la invasión de Bahía de Cochinos. Este proceso complejo llevó a la adhesión al socialismo, a la grave Crisis de los Misiles y a un momento inédito en la historia: la aparición, a pocas millas del territorio norteamericano, de un aliado contumaz de la hoy extinta URSS. El romanticismo de esta época, por otra parte, se alimentó con la figura del Che Guevara, y en un momento de rebeldía juvenil distante, poco más de veinte años de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, surgió la ecuación Cuba igual a rebeldía, a liberación, y vimos a Castro interviniendo en muchas partes del mundo, lo mismo en Latinoamérica que en África, y se convirtió, para nuestro país, en un indiscutible factor de política internacional.

Frente al bloqueo económico decretado por los Estados Unidos, se apostó por adoptar el modelo soviético en materia económica, y al igual que todas las revoluciones de inspiración comunista, careció de un modelo democrático. Fidel Castro, su familia y su grupo, reprodujeron el esquema: apropiación del poder de manera vitalicia (como lo hicieron Lenin, Stalin, Mao, Kim Il Sung y Bresnev), hasta que la muerte los separó del cargo. Sin duda un déficit de las revoluciones del siglo XX. Si esa fue la política, la economía no fue por mejor rumbo. Para aligerar estas palabras, podría recurrir al argumento de señalar que en esto hay razones, pero nadie tiene la razón. Sé además que son opiniones que duelen, al menos a mí así me resulta, porque durante mi juventud y algunos años después me adherí al pensamiento marxista, a sus tesis, y hasta cierto punto a la compasión de lo que hoy se conoce como la realpolitik.

Hay tres sucesos que me orillaron a tomar una senda diferente: el primero tiene que ver con la invasión que el Pacto de Varsovia realizó contra Checoslovaquia para acallar lo que se conoció como la Primavera de Praga, un intento de socialismo democrático, con rostro humano y otras características que se adosaron a los disidentes que condenó la URSS con su poderío bélico y sus tanques, que aplastaron en 1968 un proyecto que a los líderes de la envejecida nomenklatura burocrática del poderoso Partido Comunista Soviético les resultaba un verdadero veneno letal. Antes, Hungría había padecido un fenómeno similar. Los comunistas cubanos, con Fidel a la cabeza, celosos antiimperialistas, salieron a la defensa de la intervención al país checo y esoloveno. Por entonces hubo fisuras, tenues, como la que representó el Partido Comunista Mexicano de Arnoldo Martínez Verdugo, que le dijo “no”, rompiendo la disciplina intolerada por Moscú. Pero no hubo un solo argumento que convenciera de que la URSS tuviera razón, quedando claro que ese internacionalismo proletario era una falacia demencial, un discurso para el intervencionismo.

Veinte años después del suceso centroeuropeo, los ciudadanos mexicanos escenifican una revolución democrática, ganando la elección presidencial en 1988, favoreciendo la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, que se significó por la gran ruptura con el viejo autoritarismo priísta. Carlos Salinas de Gortari usurpó el cargo que jamás ganó en las urnas y la izquierda mexicana, entonces desplegada en las calles, vejada en las instituciones, pagando ya una cuota de sangre, fue despreciada cuando el mismísimo Fidel Castro estuvo en la ceremonia en la que se ungió a Salinas de Gortari, el priísta neoliberal, prestándole una cuota de legitimidad que para muchos –me incluyo– fue una puñalada en la espalda. Cuando Salinas deja la Presidencia, la isla le brinda su asilo. Además, cómo olvidarlo, que al carnicero Fernando Gutiérrez Barrios, el tenebroso director de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad le levantó una estatua en La Habana.

Y, por último, pero no al final, la reiterada negación a generar las condiciones para la recepción de los derechos humanos en la antilla mayor. Ciertamente mienten quienes comparan a Fidel con cualquier dictador latinoamericano; no pasará a la historia como un personaje dado a la persecución con carácter exterminatorio de la disidencia, cegando vidas a granel, pero también es cierto que se padecieron –y aun se padecen– ingentes obstáculos para las libertades.

Cuando Fidel se retiró del poder por motivos de salud, ascendió su hermano Raúl, que en la isla y fuera de la misma ya gozaba de ser un dirigente más flexible y receptor a las ideas de cambio. Con él se dio el histórico acercamiento con los Estados Unidos, bajo la presidencia de Barack Obama; en 2018 este personaje que está al frente de Cuba dejará el poder y habrá un relevo. Vendrán otros tiempos para Cuba, sin duda, y esperamos que sea para bien, un simple regreso a la globalidad imperial que domina el mundo y lo que le pueda deparar a la humanidad la llegada de Donald Trump, no son para nadie la alternativa deseada y muchas redefiniciones se tendrán que poner sobre la mesa.

El luto por la muerte de Fidel llegó en brazos de lo que Claudio Magris llama el síndrome de los huérfanos de la totalidad, propia de aquellos izquierdistas o comunistas que de pronto se sienten en “una tierra de nadie, ajena a cualquier sociedad y exiliado de la vida misma”. Y es que en el fondo, cuando se apuesta por un papel heroico a ultranza de liderazgo, se suele no tomar en cuenta que esos grandes hombres también se enajenan, en los términos que Pappenheim describió: “Hoy estamos enterados de que aún en los días en que el dirigente se encuentra todavía en medio de sus luchas, sufre el destino infeliz del hombre enajenado”.

Fidel Castro deberá ser analizado en dos vertientes: como líder exitoso en la expulsión del tirano Batista y promotor de una revolución, a la vez que principal administrador de la contrarrevolución interna de la misma revolución, hasta edificar una dictadura totalitaria hoy en proceso de liquidación paulatina.

Y es que Cuba es una isla.