El zorro sabe muchas cosas
pero el erizo sabe una gran cosa

– Arquíloco

El que no está de acuerdo con su tiempo filosofa, o al menos intenta hacerlo. En mi escritorio se acumularon las notas, los libros de consulta, los recortes periodísticos que fui acumulando para apreciar la coyuntura que ha vivido Chihuahua. La perplejidad que provocan, su volumen, su profundidad en unos casos y la superficialidad en otros, me llevaron a posponer la realización de un ensayo de gran aproximación a lo que tendremos regionalmente en el periodo que inicia, con la convicción de que no es el género periodístico el más propicio para su abordaje, sea cual sea la valía que finalmente cobre el producto que resulte.

Esto no significa que personalmente esté, como dice la cursi canción del acapulqueño Óscar Athié, flaco, cansado, ojeroso y sin ilusiones. Mi ánimo como opositor de primera línea a la tiranía que ya feneció está firme y, como nunca, se nutre en el aliento de que la ruptura del partido hegemónico tradicional abre una perspectiva sin precedentes a un proyecto, desde luego no gubernamental, de construcción de una nueva izquierda democrática que se convertirá en el proyecto de futuro en esta región septentrional de nuestra república.

Para entender la derrota de la tiranía de César Duarte debemos colocarnos al margen de caprichosas parcialidades en los ejercicios de pensamiento, aquilatar el papel de los actores –individuales y colectivos– que lo hicieron posible y en el que estén todos, sin que el sello de una nueva burocracia prevalezca con los adornos de laurel de los vencedores. En este tema no hay asuntos, todo es asunto, como recomiendan biógrafos y críticos de grandes escritores. Por aquí pasarán los que aparentemente estuvieron ausentes, los que alentaron las transformaciones y los que continúan resistiendo. No es un asunto ni de clase política ni mucho menos de poder fáctico, pero en todo caso siempre estaremos en presencia, sobre todo si queremos atalayar hacia el futuro, de la ciudadanía como nuevo actor de las grandes transformaciones, sobre todo si tomamos sus raíces cívicas, democráticas, liberales y su gran sentido de republicanismo.

Otorgar preponderancia a los aspectos decorativos es no tomar en cuenta la dialéctica que produjo un cambio, que no llega caído como rayo en cielo sereno. Antecedieron muchas batallas, ingentes esfuerzos para volver a mirar al cuerpo soberano de la ciudadanía en acción, que intenta iniciar en el país un gran viraje hacia un nuevo régimen democrático para la nación entera. Para mí está claro que mantener el fervor cívico, enriquecerlo y precisar las ideas angulares de la transformación, es el punto de partida para entender lo fundamental: el pasado todavía está aquí; o como se dice en la filosofía política, no todo el pasado ha pasado, y a partir de esa premisa reconocer el conjunto de contradicciones en el que continuaremos moviéndonos en las esferas de la sociedad, la cultura, el gobierno y el Estado. Lo peor que nos puede pasar es el apoltronamiento en burdos pragmatismos, acomodándose a las circunstancias y posponiendo una agenda ciudadana bajo la innoble idea de que el pueblo puede escoger a sus gobernantes de cuando en cuando y en los largos periodos intermedios dedicarse a vacacionar.

Esto sucede no tanto porque los de arriba lo impongan, sino porque los de abajo lo toleran. Y cuando hablo de los de arriba, me hago cargo de que ahí puede haber gente de buena madera –de hecho la hay–, pero que entran en una circunstancia en la que los mecanismos de enajenación tienden a operar como acerados cinchos que explican la vieja conseja del gatopardismo: que todo cambie para que nada cambie. Y en esto no se trata en lo más mínimo de magnificar y mucho menos minimizar el papel de las grandes individualidades, porque hay un hecho mucho más importante que no podemos pasar desapercibido: hay quienes postulan ideales, pero deben hacerse cargo de la realidad; alientan expectativas pero deben escudriñar las posibilidades; mantienen ilusiones pero a un lado están los tercos hechos; apelan a la razón pero están obligados a no desentenderse de las historias petrificadas; incluso pueden creer en la vitalidad de la ciudadanía, pero han de saber que ahí está el clientelismo y las corporaciones que tienen siglos de existencia. Es el viejo tema de la lucha de los ideales a los que resisten las costumbres.

Chihuahua no está en presencia de una coyuntura política ubicada al interior de una probeta y en el silencio de un laboratorio. Armados de los mejores propósitos –cuando los haya–, en el ámbito de la realidad es muy probable que el reto sea la ruptura de viejas y centenarias prácticas, para que se imponga el estilo y el contenido de gobernar sin repetir esas inercias, porque al plegarse a ellas se hace imposible arribar a un buen puerto. Que no nos topemos, al final de la jornada, con lo que nos dice Fernado Escalante Gonzalbo en su libro Ciudadanos imaginarios, que la historia terminó “en parlamentos” en los que el pasado y el presente se reconcilien en demérito de los siempre olvidados intereses generales, donde estamos todos aunque no se nos tome en cuenta.

En Chihuahua, como parte de una frontera dinámica, a lo largo de los últimos años se ha puesto en acción una voluntad libre de los ciudadanos de mayores implicaciones a la simplemente electoral, porque esa voluntad se quiere que siempre sea libre y se plasme en una nueva concepción de la política, la moral, el derecho y la aspiración a un Estado nuevo; tarea, por lo demás, que sólo se puede pensar en la escala general del país con todas las complejidades que implica vivir en un mundo interconectado por una globalidad imperial y depredadora.

Pienso que para avanzar en la construcción democrática el camino de la transacción no es el aconsejable; seguramente la misma está al servicio de un realismo que agota a un buen gobernante cuando se coloca ante el reto de que las instituciones que encabeza sólo se pueden accionar (gobernar) si se lubrican con una buena relación con el pasado que se detesta y que no se va a ir por simple decreto. No está de más advertir, señalado esto, que no hay cosa más opuesta a la emancipación política que la manipulación de las conciencias desde el balcón de los viejos intereses del privilegio y los poderes establecidos. Aquí, la presencia de una ciudadanía que se quiere libre en su voluntad se convierte en el antídoto, y su ausencia nos puede dejar convertidos en simples mulas de noria que por más vueltas y vueltas que den no saldrán nunca del mismo sitio.

Sí, porque hay una diferencia abismal entre un cambio de gobierno y un cambio de régimen, más con un proceso centralizador que está en marcha, que ha golpeado inclementemente al esquema federal y consagrado una dependencia en muchos órdenes con el gobierno central. Habrá quienes piensan, acogiéndose a una interpretación de raíz trotskista, que se puede dar una especie de desarrollo desigual y combinado, pero en no pocas cosas las entidades federativas están encadenadas a continuar haciendo lo mismo, porque la Ley de Coordinación Fiscal es el sustento de un colonialismo interno que dispone una camisa de fuerza a todas las regiones del país, por no llamarlas entidades federativas.

Factores reales contra los que se tiene que remar son la existencia de congresos divididos, que los cambios a los poderes judiciales no han cristalizado como se quisiera y que los gobernantes que se van siguen haciendo gala de su impunidad, que pedestremente se presenta como relaciones de parentesco, amistad, deudoras de reciprocidades en las que la regla de tú me tapas, yo te tapo permanece inalterada. Este asunto está ligado al del papel de los medios de comunicación: los tradicionales en vías de decadencia, los poderosos en la continuación de exigentes contumaces de sus privilegios para continuar medrando del presupuesto, y la ciudadanía resistiendo, organizándose en uniones, construyendo redes o en vigorosos instrumentos, como lo fue aquí el Canal 28 bajo la batuta de Sergio Valles.

No conozco elección a la que no se le adosen cualquier cantidad de interpretaciones para explicar el resultado. En el caso de Chihuahua, es obvio que César Duarte violentó reglas elementales que han hecho del PRI un partido sagaz y que en esta etapa, por ejemplo, jamás habría dividido al estado con un estilo feudal entregando Juárez a Héctor Murguía y Chihuahua al baecismo en la consorte de Marco Quezada, y por debajo del agua a María Eugenia Campos Galván, jugando la carta del entendimiento muy puntual entre actores de un pasado que se quiere superar. En este sentido, Duarte es acreedor a que le endilguemos una de Amado Nervo: fue el arquitecto de su propio destino y los ciudadanos supieron aplicarle su castigo, como durante 2015 recibieron lo suyo Rodrigo Medina en Nuevo León y Guillermo Padrés en Sonora. No sólo eso: en 2016 el PRI se encontró lastrado por el gobierno de Peña Nieto, la gran crisis de la partidocracia, la insurgencia de candidatos independientes que permiten ensayar frases como estas: “No ganó el PAN, perdió el PRI”, que soslayan la circunstancia de que la elección sólo es un momento y los que llegan son para varios años y cargando en sus portafolios los más diversos proyectos que se amparan desde el poder. Para el caso chihuahuense se impone una plausible, generosa, puntual y meticulosa explicación del viraje que va a cristalizar en una administración por cinco años.

Y cuando hablo del antagonismo de los ideales con las costumbres, resulta muy importante empezar a poner en la mesa de la discusión las antinomias que se pueden decantar como paradojas y aun contradicciones irresolubles, lo que de suyo es de gravedad y complejidad sin duda. Aquí podríamos ensayar preguntas o afirmaciones. Me decanto por estas últimas. Desprenderse del pasado implica un profundo ejercicio de división de poderes, que el Congreso deje de ser agencia de intereses de facción del partido mayoritario y del Ejecutivo, y que los “representantes” sean nuestros representantes; que el Poder Judicial se reedifique para iniciar una etapa de construcción de Estado de derecho y nadie litigue con el apalancamiento tradicional; que no se intervenga la vida de los partidos, que no se intente hegemonizar la disidencia, que ya no haya prensa vendida porque no existe quien la compra, que las agencias de rendición de cuentas cubran su función a cabalidad, al igual que los organismos autónomos.

Hasta aquí, estos ejemplos hablarían de una tradicional retórica, que en esencia no lo es, pero veámoslo así, y si se quiere pasémoslo de lado para descender a cosas más concretas y que están a la vista de todo mundo: la educación pública, con todos sus aparatos y ramificaciones e influencia, no puede estar en manos de quienes hasta ahora sólo han servido a proyectos empresariales, conservadores y neoliberales. Eso va en contra del espíritu de lo público, y tengo para mí que es esta educación la única que puede impulsar un proyecto universal e incluyente, indispensable en una circunstancia en la que el carácter laico del Estado se agrede por todos los flancos con un propósito altamente regresivo. La visión económica de Chihuahua no puede estar en manos de quienes únicamente han prohijado el esquema neoliberal del privilegio excluyente y el ministerio público no se puede reducir a un cínico ejercicio de arbitraje secundario, larvado en la PGR (el primordial se ejerce en el centro y más arriba), entre los grupos delincuenciales. Cualquier gobierno que se precie de democrático, debe entender que se instala para combatir al crimen y no para gobernarlo, más cuando ya se reconoce que lo que tenemos entre nosotros es una guerra civil de naturaleza económica que el gobierno panista de Felipe Calderón exacerbó de manera irresponsable.

Se habla de pluralidad e inclusión y eso le endulza la vida a no pocos; pero esos conceptos, en la medida que se concrete en nombramientos, se perciben unidireccionales, a menos de que demos como ciertas las palabras del exdirigente de MORENA, Víctor Quintana, cuando habla de que el nuevo gobierno garantiza una administración social e incluyente al tenerlo a él y a Alma Gómez en el equipo, para desprender de ahí que no se descuidará el área social, académica e intelectual, erigiendo a ambas personalidades como garantes de las clases bajas de la sociedad. Pero, ¿quién en la jefatura de la gobernabilidad?, ¿quién en el proyecto económico?, ¿quién en la educación?, ¿quién en la Fiscalía?

Al final de esta reflexión, que se ofrece como un simple adelanto de un ensayo que por ahora no llegó a ser, me quedo con los dilemas que planteó don Daniel Cosío Villegas cuando en 1965 justificó la tirada de sus ensayos y notas en dos valiosísimos tomos. Entonces sometió a escrutinio la afamada generación mexicana de 1915, sin duda una de las grandes. Pero especialmente quiero retomar sus consideraciones contenidas en su aclamado ensayo La crisis de México, de marzo de 1947, donde dijo: “No nos engañemos si esta prueba llega fuera de tiempo (…) la diferencia entre la Revolución mexicana y los partidos conservadores pueden ser tan insustanciales, que éstos pueden colarse en el gobierno no ya como opositores sino como parientes legítimos”.

Cuando don Daniel, puntual y sugerente como lo fue, comparó a Manuel Gómez Morín –jefe de Acción Nacional y a su juicio casi un santo– con Vicente Lombardo Toledano –un hombre de izquierda en su tiempo y al que cataloga como villano–, advirtió que don Manuel sabía que él no era superior a Lombardo ni mental ni moralmente. Obvio que se puede estar en acuerdo o en desacuerdo con estas picantes palabras, pero la lección a mi juicio es certera: para la orientación del PAN la economía es sagrada y se deja en manos de quien biencorresponde, de esos que están en las buenas costumbres del pasado, más no en los ideales de redención de la escueta frase de “la opción por los pobres”, o de una socialdemocracia sacada del campo de la fraseología, y la política (de izquierda) en manos de quienes se agotan en la gestión subsidiaria dentro de un Estado anclado en los compromisos y los parlamentos.

Comparto con don Daniel que si no se reafirman los principios y simplemente se les escamotea, si no se depuran los hombres y las mujeres y simplemente se les adorna con ropajes y títulos, no habrá autoregeneración, ni del país ni de esta región de Chihuahua, que algunos se regodean en denominar bárbara. Palabras que digo con los latidos propios de un corazón preocupado por la patria, en cita autodefensiva y orteguiana que el mismo Cosío adosa al frente de su ensayo.

Tenemos derecho a todo, menos a volver a empezar desde el mismo sitio. Eso acarrea pronto desencanto.