César Duarte tiene el final que él mismo se construyó. Eso sí lo hizo en la soledad y a su entera autonomía de voluntad. Como todos los que no tienen una visión ética y democrática del poder, lo estiman eterno, impune, sin rendición de cuentas y no se dan cuenta del transcurso inexorable del tiempo y que las cosas acaban, y en el caso que nos ocupa, prácticamente como empezaron.

Si sólo se tratara de un daño personal del cacique, producto de practicar la sobada frase de Amado Nervo, fui arquitecto de mi propio destino, quizá los lamentos no lindarían más allá del espacio doméstico y familiar. Lamentablemente no es así. El daño que le hizo a Chihuahua no tiene punto de comparación en la historia del estado. Se sintetiza en dos palabras: corrupción e impunidad. Pero se quiere ver concluido con una sola: justicia. Las instituciones están a prueba y el mensaje peñanietista de ayer, aparte de faccioso, es jurídicamente insostenible, porque él es el titular del ejercicio de la acción penal que ha de provenir de la PGR en el expediente AP/PGR/UEAF/001/2014-09. Chihuahua espera esa resolución y con ello una mala noticia: seguiremos con la presencia mediática de Duarte en la entidad y la república, pero ahora bajo la lente de las cuentas que ha de rendir de cara a la sociedad y probablemente en medio de la prisión corporal por los delitos ya acreditados en un voluminoso expediente.

En la perversa ética del perdón que ya practican los corruptos, Duarte nos viene con la canción de “tuvimos avances contundentes en salud, en educación, en seguridad y empleo. Pero también cometimos errores y si a alguien ofendí le ofrezco una disculpa”, peeero… “esos errores se magnificaron para tratar de regatear y opacar el esfuerzo de todos los chihuahuenses y no lo podemos permitir. Es un patrimonio de todos”. A lo que se ve en sus últimos escarceos, ni siquiera sabe pedir perdón, y por eso no acudirá a cumplir con su obligación de rendir su informe ni dará el Grito el 15 de septiembre. Esto último, sin duda, se lo agradeceremos.

Dentro de esas excusas aduce avances en seguridad. Tomémoslo como punto de agenda para percatarnos de que miente, y así en todo lo demás. Veamos estos datos:

De acuerdo a las más recientes estadísticas del INEGI, en el estado de Chihuahua se cometieron 1 mil 541 homicidios violentos en el último año. Y aunque no ocupan los índices de 2011, el primer año del duartismo en el que se registraron 4 mil 500 ejecuciones, la entidad se mantiene históricamente en los primeros tres lugares a nivel nacional, apenas debajo del Estado de México (2 mil 671) y Guerrero (2 mil 402), pero aun superior a Jalisco (1 mil 229), Sinaloa (1 mil 089) y la Ciudad de México (1 mil 079). Esto, conforme a criterios internacionales, significa, aunque haya resistencia a reconocerlo, que en Chihuahua prevalece una guerra civil como para que César Duarte en la publicidad pagada nos presuma una seguridad que sólo Luis Lara, de FICOSEC, maquilló, y ahora reduce a mera forma. Y por eso, además este empresario está con tamañas uñas para que le paguen una buena cantidad de millones, producto de la bursatilización carretera.

A Duarte ahora que se va podríamos decirle: nos saludas a nunca vuelvas. Sin embargo, es seguro que tengamos que verlo pero frente a los tribunales y el juicio inapelable de los chihuahuenses.