El deceso del ídolo popular Juan Gabriel acaparó la atención de prácticamente toda la prensa nacional y los medios locales no fueron la excepción. El lamentable suceso del cantante favorito del sexenio duartista sofocó mediáticamente, al menos a nivel estatal, lo que parece una muestra de que en la capital chihuahuense la violencia mantiene una tendencia a la alza: tan sólo el fin de semana seis hombres perdieron la vida tras ser acribillados, otra persona resultó herida, en tanto que una niña, hija de una de las víctimas, se encuentra en recuperación de los impactos de bala que recibió en la pelvis.

Esos fueron los reportes de la “nota roja” del sábado y domingo pasados. Tan sólo por describir las características de la violencia que el enlutado cacique local insiste en minimizar y que presenta insistentemente en la televisión y la radio como un “logro” de su sexenio, en al menos uno de los casos la policía detectó huellas de tortura y el tiro de gracia en la víctima, maniatada, aún sin identificar. En otro de los hechos de sangre, tres personas perdieron la vida y una más resultó herida tras un enfrentamiento armado contra desconocidos al sur de la ciudad.

Más allá del sentimiento genuino de muchos chihuahuenses por el repentino fallecimiento del cantautor michoacano, el cacique se montó en el dolor ajeno y desplegó su infame y personal desmesura que le llevaron a declarar, literalmente: “Mi gobierno, yo en lo personal tengo una gran deuda con él. El maestro Juan Gabriel fue extraordinariamente solidario: en los momentos más difíciles de la seguridad en Juárez, él vino a caminar sus calles, a plantear música, a hacer espectáculos, a romper ese temor colectivo que existía; ayudó enormemente, con una gran voluntad y sin mayor compromiso más que Juárez recuperara su vida, su fortaleza, el empleo, el crecimiento económico”.

Juan Gabriel y Duarte. Unidad.
Juan Gabriel y Duarte. Unidad.
Duarte y Juan Gabriel. Brindis.
Duarte y Juan Gabriel. Brindis

 

Casi nadie está exento de la admiración hacia el artista que adoptó Ciudad Juárez como su hijo predilecto mucho antes de que Duarte y su “poder para poder” se trepara en el poder de atracción que, como imán, tenía Alberto Aguilera Valadez. En Chihuahua, hoy por hoy, para muchos resulta una empresa intrincada separar la imagen de Juan Gabriel con la de Duarte Jáquez. En la memoria reciente están los apoyos que el erario duartista brindó al divo para festejarlo en Bellas Artes (con todo y los funcionarios de primer nivel como espectadores de lujo, legisladores priístas y panistas), su aparición en el cumpleaños de eso que llamábase “gobernador”, y sus reiteradas presentaciones en ferias, palenques y gritos de Independencia.

Pero hay de muertos a muertos. Por ahora, Duarte no ha hecho declaración alguna sobre las seis víctimas –ni sus familias– de la violencia que se desató el fin de semana. Y no lo hace porque, obviamente, su menesteroso discurso de despedida se ha colocado exactamente en el lado opuesto: el duartismo, dice su creador, ha traído seguridad al estado. La realidad le lanza una bofetada aclaratoria: para él, en Chihuahua no todos los muertos cuentan.