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El Ice Bucket Challenge, o desafío del balde de agua helada, es una campaña que busca concientizar acerca de la enfermedad de esclerosis lateral amiotrófica, una patología del sistema nervioso central que se traduce en una degeneración de las neuronas motoras de la médula espinal y el cerebro, que producen debilidad y atrofia en los músculos del esqueleto humano. La campaña busca obtener donaciones para la Asociación de Esclerosis Lateral Amiotrófica, organización no lucrativa que se dedica a asistir a personas que padecen esta enfermedad a través de una red que trabaja en diversas ciudades de Estados Unidos e impulsa un programa de investigación internacional que pretende buscar una cura para la enfermedad. Los que participan se deben filmar recibiendo un baldazo de agua con hielo en la cabeza y nominar a los próximos candidatos, quienes tienen 24 horas para cumplir con el reto. La idea surgió del jugador de béisbol de Boston, Peter Frates, quien padece esta enfermedad.

La campaña empezó el 29 de julio pasado y en la última semana muchas famosos se sumaron a esta iniciativa, entre ellos el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg; el creador de Microsoft, Bill Gates; el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quien prefirió, para no bañarse, hacer una donación en efectivo.

En México, principalmente en el mundo de la política, algunos no han dejado pasar la oportunidad de materializar esa suerte de “cercanía con la gente”. Todo parece indicar que el gobernador de Chiapas, Manuel Velasco, fue uno de los primeros, y a su vez, siguiendo el ritual de este fenómeno viral en internet, retó al jefe de gobierno del DF, Miguel Mancera. Hasta Sofía Madero, hija del dirigente nacional del PAN, retó a su padre, Gustavo Madero, de quien no se sabe, al menos hasta el momento en que esta columna se redactaba, que lo haya cumplido. Otro es Eruviel Ávila, gobernador del Estado de México, que en lugar de mojarse prefirió la segunda opción, consistente en donar 100 dólares a la causa; la Secretaria General del CEN del PRI y exgobernadora de Yucatán, Ivonne Ortega Pacheco, aceptó el reto Ice Bucket Challenge que la conductora de Televisa, Adela Micha, le hizo; Ortega retó a por su parte al gobernador de Quintana Roo, Roberto Borge Angulo, a la senadora por Nuevo León, Ivonne Álvarez, y al periodista Federico Arreola.

Se podría pensar que un acto así no le vendría mal a casi ningún político, sobre todo si anda bocabajeado en sus bonos de simpatía con el pueblo. Y el “casi” es porque aquí en Chihuahua, llevar a cabo un acto mediático para reconciliarse con la gente que les rechifla en cuanto evento masivo acuden, les resultaría contraproducente a más de tres. Por ejemplo, el agua que le lanzaron al cacique mayor hace un año mientras caminaba por la calle Libertad fue apenas una muestra de lo que la gente siente por César Duarte. Lástima que entonces no estaba de moda del Ice Bucket Challenge si no hasta lo hubiera aprovechado mediáticamente, como es su costumbre.

Hoy, los cubetazos de agua fría los reciben los ciudadanos que observan con profunda indignación las mentiras de Duarte y sus promesas (falsas y a destiempo) de un gobierno transparente, abierto y justo; es decir, exactamente lo contrario de lo que en los hechos ha realizado desde hace cuatro años.

El único balde de agua fría que le vendría bien al cacique de Chihuahua es el de la derrota electoral y, si se quiera adelantar, por ahora, un cubetazo con suficiente hielo que le quite la calentura que desde Los Pinos le han venido aplacando a chorros de indiferencia.

 

Borruel: a mis enemigos, que Dios los bendiga; a mí que me ayude la Fiscalía

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Que sí, que no, que quién sabe. Es una verdad consagrada que el gobierno representativo existe donde hay genuina rendición de cuentas. Cuando este existe importa poco si quienes están en el poder son parientes, amigos, correligionarios. Lo que interesa es cuentas claras y las responsabilidades que resulten. Para reducir esto al lenguaje coloquial, se dice que no haya política de por medio a la hora de auditar, fiscalizar, revisar a fondo las finanzas, si no que haya técnica y frialdad para arribar a las conclusiones al altísimo riesgo de que éstas se traduzcan en sanciones, inhabilitaciones para el ejercicio de la función pública o simplemente restitución de bienes desviados. Quien entre a cualquier estudio serio sobre corrupción política, encontrará que estas son las divisas más altas del gobierno representativo en el tema que me ocupa. Si alguien quiere consultar la página web de INTOSAI (Organización Internacional de las Entidades Fiscalizadoras Superiores) verificará, sin más ni más, que no estoy inventando nada que no se haya dicho en el ámbito mundial y particularmente en los estados y economías mejor respaldados.

En esta provincia del país, y si me apuran un poco, mucho más pequeña si la vemos a escala global, las cosas transcurren pero hacia atrás, caminan como se dice que lo hacen los cangrejos. Aquí tenemos que la Auditoría Superior del Estado (encabezada por Jesús Esparza) actúa bajo criterios políticos: es priísta, llegó violentando el periodo del que sustituyó, paisano del cacique, mentiroso porque vende auditorías en tiempo real que no llegan más allá de dar noticia del desplazamiento de sus agentes, depende realmente del Poder Ejecutivo y formalmente expresa la voluntad de un Congreso mayoritariamente del propio PRI, en cuyo interior la comisión que dictamina cuentas públicas depende enteramente de diputados priístas que la integran y, no es infrecuente, con el concurso de un diputado de la primera minoría. En otras palabras, el auditor priísta no diferencia sus intereses de sus compañeros priístas en las otras instancias, y el vértice más alto de las consignas que acata son las que emite el cacique que lo puso. O sea, manejo político de la rendición de cuentas y no lo que debiera ser técnicamente para que pudiéramos hablar no sólo de transparencia sino de rendición de cuentas, que dan cuerpo y sentido al sistema representativo.

Esto se ha dejado ver con el affaire Borruel: que si lo investigará la Fiscalía, que de primera intención dijo que así sería, para luego retractarse de manera grotesca. En el intermedio de ambas posturas algo pasó, no sabemos qué. Puede ser que la fracción del PAN haya cobrado la presencia partidaria en el sarao donde Duarte anunció la divisa “reformándonos para el futuro” (no se ría, por favor), y le haya refrescado la memoria de que el toma y dacca es eso: te doy para que me des, y a resumidas cuentas, política, muy mala política, pero a fin de cuentas política, y no lo que se reconoce como rendición de cuentas.

Quizá por esto el fiscal que un día dijo que las cosas eran negras (¡magazo!), después las convirtió en blancas, para prácticamente concluir: aquí no ha pasado nada.

Inocente o culpable, el teológico Carlos Marcelino Borruel Baquera descansa tranquilo en su mansión. No se sometió al aguafuerte que se desprende del ideario de Gómez Morín de que las instituciones deben funcionar sin privilegios. En otras palabras, el discurso de la transparencia sirve para la retórica, pero nunca para colocar por mérito propio la honradez del funcionario público cuando existe, raramente, por cierto.

Mientras la Auditoría continúe manejándose como ha sucedido en más de doscientos años, con criterios estrictamente políticos, se prohijará la corrupción y su muy celosa hermana: la impunidad. Así es como Marcelino, PAN y vino.